miércoles, 25 de abril de 2012

Aquí, el que no gatea, ¡anda!

Juan, 13 meses, a la sazón el segundo de mis hijos y ya apuntando maneras. No sé si había comentado por estos lares que el angelito me había salido tranquilo y muy bueno. Yo pensaba que la naturaleza lo hacía para compensar... pero no recordaba que el anterior, Alejandro, también fue así hasta que cumplió 15 meses. Juan se nos ha adelantado y ha empezado a dar muestras de su personalidad con el año. Eso sí, ahora nos pilla mucho más entrenados.

El caso es que los últimos tres meses nos los hemos pasado "recogiendo" a un niño del suelo. Literalmente. Juan empezó a gatear cuando comienzan todos los niños, pero a diferencia de otros, se sentía tan a gusto con esta forma de desplazarse que la ponía en práctica en todos los sitios. Así, daba igual que estuviésemos en casa, en el parque, en un bar, en la consulta del médico... que él siempre intentaba gatear. En los sitios más o menos salubres, le dejábamos, y ahí te dabas cuenta de que no importa lo limpio que parezca un lugar, que nunca superará la prueba del algodón, en este caso del body. Además, el niño, como la San Miguel, triunfaba allá donde iba porque a todo el mundo le hacía una gracia enorme verle gatear con una velocidad de vértigo.

El problema venía cuando no podías dejar que se arrastrase cual comando del ejército. Entonces el angelito parecía poseído por una fuerza del mal capaz de hacernos desaparecer a todos. Tieso como un ajo, retorcido, más de una vez ha estado a punto de caerse de mis brazos. En su silla la cosa no mejoraba, con el agravante de que los golpes que se daba en la cabeza con el respaldo y los laterales eran de aúpa.

Y, por fin, llegó el día en que empezó a andar. Hay que decir a su favor que el enano se ha soltado como un campeón y que en poco más de una semana va suelto donde quiere. Ya no tengo la paranoia de por dónde se arrastrará, ni quién habrá pisado antes o si se lleva cualquier cosa en la ropa o en las manos. Ahora, el sufrimiento viene porque quiere subirse a todos los sitios e imitar a su hermano mayor en todo... Y nuestra pena radica en que, andando, ya no es el bebé de hace unos días. ¡Ay que cualquier día nuestro pequeñín ya nos pide la paga!