Yo no es que se sea muy de jugar con los niños. Básicamente preferiría leer un libro mientras que ellos se desfogan en el parque. Pero me han salido participativos y, normalmente, me incluyen en sus juegos. La tarde referida, no tuve más remedio que bajar, la idea había sido mía al fin y al cabo, y a regañadientes cogí el balón y enfilamos para el parque. La verdad es que lo pasamos genial. Primero yo hacía de portera y pateaba él. Después cambiábamos. Luego había que marcar de jugada, uno atacaba y el otro defendía... y así mucho, mucho rato. Subiendo a casa me recordé a mi misma un par de horas antes y dí gracias por haber podido compartir ese rato con mi niño mayor.
Además de pasarlo de lo lindo, recordé mis tiempos de fútbol y comprobé que tampoco había perdido tanto toque -cosa que no es muy difícil ya que nunca salí de la condición de "mediocre"-. A esas tardes, han ido siguiendo otros ratos, sobre todo en estas vacaciones de Semana Santa, donde las mañanas pasaban entre chutes, saques de esquina y paradones. Al principio tenía que dividirme entre la recién estrenada pasión futbolera de Alejandro y la pasión por tirar palos al río de Juan... Después, Juan se unió a nuestros juegos y poco a poco iba aprendiendo a darle al balón en otra dirección que no fuese "para adelante".